Trump cumple con los requisitos para alimentar la tesis:
ha hecho una campaña estridente, polémica dentro y fuera del partido, en la que
no ha tenido problemas en combinar los insultos a mujeres o mexicanos con los
elogios a Sadam Hussein. Parecía munición suficiente para desacreditar a un
aspirante a la presidencia de Estados Unidos. El pero de la conspiración era
que, para ser cierta, requería algo difícil; que, con esos mimbres, Trump se
erigirse vencedor en la candidatura y derrotase a más de una docena de
contrincantes conservadores. Lo ha logrado. Pero la teoría tiene un nuevo
problema: las encuestas no permiten que los demócratas se echen a dormir dando
por hecha una victoria en noviembre.
Lo que sí ha logrado el huracán Trump es abrir el partido
en canal. El magnate se revolvió contra el establishment de su
partido este martes. En una entrevista en el diario The Washington Post,
el empresario neoyorquino rehusó respaldar a Paul Ryan y John McCain en las
primarias de Wisnconsin y Arizona, sus respectivos estados. A Ryan, presidente
de la Cámara de Representantes, le devolvió la venganza en frío: “Aún no estoy
listo para apoyarle”, dijo, usando palabras parecidas a las de Ryan sobre el
candidato, al que bendijo tarde y como mal menor a “los Clinton”. Y McCain,
prisionero de guerra en Vietnam, fue el más duro con el candidato por su ofensa
a la familia de un capitán estadounidense musulmán muerto combate.
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